Su piel y la de su hijo destacan en el campamento improvisado de Karatepe en Mitilini, la isla de Lesbos. Sin embargo, pasan desapercibidos entre las más de 400.000 personas que huyeron de sus países hacia Europa. Llegaron en la misma balsa de plástico que decenas de refugiados sirios, pero arrastran la etiqueta de migrantes. Persiguen la misma meta: salvar sus vidas.
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